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domingo, 9 de noviembre de 2008

El ascenso de un hombre

Desde siempre. Desde que era adolescente me encantaba Michael Stipe, quien llegó a mí gracias a mi hermana que por entonces escuchaba REM. Y lo escuché antes de verle la cara, esa cara pintada que cuando la conocí me dio la razón de estar frente a un paladín. Pintarse la cara no se que significará, ni para Kiss, ni para Stipe, pero a mí siempre me gustó, porque lo asocio con el carnaval y el barrio, con el personaje que no por pensado, deja de ser humilde y eso está buenísimo. Tendrá que ver con un instinto interior, con un cuidado íntimo personal a la manera más propia, frente a los demás, con brindar lo mejor, como lo hace Michael.
La vibra melancólica de algunas de sus letras, y por otro lado los bailes arriba del escenario, el arte que lleva adentro y que muchas veces descree de si mismo, que hasta le hace falta escuchar un disco de Patti Smith en el 75, con quince años y después de vomitar, no recuerdo porque razón, puede entonces decidir que quiere dedicar su vida a una banda de música y seguro sin imaginar que un día llegaría a dos loquitos de la calle Huergo.
Cuando intento escribir sobre él me sale un "Las callecitas de Buenos Aires tienen ese que se yo...", porque Michael Stipe tiene ese que se yo... Y lo tiene desde siempre.

1 comentario:

JLL dijo...

Stipe es un grande, claro, pero no te olvides de Buck y Mills, sin ellos no habría REM, el sonido de sus instrumentos es clave para mí. Y la batería de Berry en su momento, claro.
Los fui a ver hace poco y estuvo buenísimo.
abrazo